Atienza. Breve Historia de la Villa

ATIENZA, BREVE HISTORIA DE LA VILLA

   Es Atienza una de las villas castellanas de más rancio abolengo, de historia más interesante y de las que se conservan mayor número de joyas artísticas recuerdo de sus tiempos de esplendor. A pesar de todo, un poco por estar apartada de las grandes rutas, otro poco por la apatía de sus naturales que no se han preocupado de divulgar su riqueza emocional y evocadora, es menos conocida de lo que merece.

   Dista Atienza 126 kilómetros de Madrid siguiendo la carretera general a Soria, 30 de la episcopal Sigüenza y a su pie pasa la carretera que desde Riaza empalma a cuatro kilómetros de Atienza con la primera vía citada.

   Es su situación sumamente pintoresca, contorneando a media falda alargado cerro de escarpadas laderas, coronado por alto peñón cortado a pico que sustenta las ruinas curiosas de un castillo antaño inexpugnable, y procura a la villa empinada su silueta de población medioeval, orgullosa por lo fuerte. Conserva Atienza el cinturón incompleto de viejos muros en el que son de admirar el arco de San Juan o “puerta de arrebatacapas” (pues con la ventisca nadie puede cruzarla embozado), así como grandes lienzos de esta muralla; también conserva otros del segundo recinto cuando hubo de ser protegida la población que desbordó del primero, así como el barrio anejo de la “judería”.


   Atienza no es sino sombra de un pasado esplendoroso; llegó a tener catorce parroquias y seis mil habitantes; hoy sólo cuenta unos mil seiscientos, y de muchas viejas casas nobles sólo quedan a la hora presente míseros corrales. El conjunto de la población es sugestivo en extremo, la gente por demás hidalga, sencilla y acogedora; corresponde al tipo castellano, ejemplo de nobleza, de sobriedad y de recio carácter, compatible con la afectividad más perdurable cuanto poco ostentosa.

   De su brillante pasado conserva restos interesantísimos para los amigos de la Historia del Arte, así como pintorescas fiestas tradicionales casi milenarias. Someramente he hablado del castillo altivo encaramado en arisco peñón semejante a un navío desarbolado, y de las fuertes murallas que en sus mellas tanto pregonan la acción demoledora del tiempo, como la de sangrientos combates; a más de la puerta de San Juan conserva la llamada “de la salida”, el arco de la Virgen y recuerdos de otras como la de Antequera, la de “armas o de la villa” y alguna más; inscripciones romanas que proclaman su rancio abolengo, alguna árabe, balas de piedra usadas en las guerras medioevales clavadas entre los guijarros de sus calles, casas blasonadas, deliciosas ventanas góticas, buenas rejas forjadas y notables iglesias, predominando a éstas la arquitectura románica y el arte barroco, prolijo, suntuoso y de buen gusto dentro de la decadencia que marca ese estilo.

   Del románico son dignas de visitar por sus ábsides, la antigua parroquia de San Gil, y la Trinidad; por sus fachadas, la de Santa María del Rey y San Bartolomé y Santa María del Val. Ésta muy curiosa. Muy notables también son las tablas de la basa o predela del altar de Santa María, el Cristo con corona real, de fines del siglo XIII que se venera en la parroquia de la Trinidad, un cuadro de Ribera que hay en esta misma iglesia, su preciosa capillita de corte versallesco dedicada a la Virgen de las Mercedes, la magnífica iglesia de San Juan del Mercado, la interesante capilla barroca del Cristo de Atienza, muy venerado en la comarca, el ábside ojival de San Francisco, y sobre todo, la estupenda tala del “Cristo del perdón”, debida en el siglo XVIII a Luis Salvador Carmona, venerada en la iglesia del hospital.

   Por lo enumerado, puede juzgar el lector  la importancia turística de Atienza para los aficionados al Arte retrospectivo; para el investigador, está la magnífica colección de documentos en pergamino de la parroquia de la Trinidad, las “ordenanzas” de la “caballada” que son las más antiguas de España, y otros muchos documentos del archivo municipal.

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   Que Atienza (como no podía menos dada su situación), ya estuvo habitada en la época ibérica, lo prueban interesantes hallazgos realizados en la ladera del cerro del castillo; fue capital de los Tithios; tribu belicosa que dio mucho que hacer a los romanos sobre todo en la guerra de Sertorio; gran importancia tuvo durante la dominación árabe, de ella hablan los Cronicones al tratar de Alfonso III el Magno, de Ordoño II y Almanzor, y el Cid hubo de soslayarla según refiere su poema, cuando desterrado de Castilla se encaminó por Molina a Daroca y más tarde a Valencia.

   Gracias al heroísmo de los recueros o arrieros de Atienza, pudo salvarse Alfonso VIII, siendo niño, pues de él quería apoderarse su tío Fernando II de León, y en recuerdo de aquel hecho todavía perdura la cofradía llamada vulgarmente de “La Caballada” que conmemora esa efeméride con una fiesta típica, por desgracia poco divulgada, el domingo de Pentecostés, aniversario de aquel heroico salvamento.

   Los reyes favorecieron mucho a su noble villa de Atienza otorgándola fueros múltiples, extensos dominios que llegaban hasta la lejana margen del Tajo y visitándola con frecuencia; Atienza correspondió a tales favores con su lealtad Inmaculada y con la ayuda a los soberanos en casos tales como Alarcos, Las Navas de Tolosa y otras acciones guerreras.

   No deja de sonar Atienza en los turbulentos tiempos de Pedro el Cruel y sobre todo en los de Juan II de Castilla; por una felonía se adueñaron de ella los navarros, fue sitiada en 1446 por el rey castellano y su privado D. Alvaro de Luna, demostrando entonces sus vecinos con cruentos sacrificios su lealtad al monarca; el sitio fue pródigo en incidentes; por fin, los navarros rindieron la villa más no el castillo, y al retirarse los sitiadores aportillaron los muros, prendieron fuego a la villa y semi destruyeron sus templos; entonces comenzó la ininterrumpida decadencia de Atienza, a pesar de los favores con que la distinguió Enrique IV. En el siglo XVI el castillo sirvió de prisión de Estado a importantes personajes, entre otros al Duque de Calabria falazmente perseguido por Fernando el Católico y casado más tarde con la segunda mujer de éste, Doña Germana de Foix.

   En el siglo XVIII, las Santas Espinas que se guardan y veneran en la parroquia de la Trinidad, fueron llevadas a Jadraque a petición de Felipe IV, cuando de paso para Cataluña enfermó en aquella villa. Durante la guerra de la Independencia, las huestes francesas del general Duvernet asolaron Atienza, destruyeron por el fuego muchas docenas de casas y a partir de entonces, con sus antiguos gremios desaparecidos, su extensa jurisdicción de tiempo antiguo mermada constantemente y sus numerosas familias hidalgas desperdigadas o extinguidas, la muy noble y muy leal villa de Atienza duerme el sueño del olvido apoyada la desmayada cabeza en sus laureles inmarcesibles y evocando sus tradiciones gloriosas en el ambiente familiar de su recinto; esperando que algún día se la haga justicia recogiendo en un libro (que sería curioso y yo quisiera escribir), su honrosa historia, interesante y amena, y la descripción de su tesoro artístico, tan considerable y vario, que dan a Atienza calidad de ciudad-museo.

Francisco Layna Serrano





Y ahora, aquí, en este libro, su historia. Una historia abreviada. Para ir directo, y sin rodeos, al lugar en el que Atienza se significó a lo largo de los siglos. De forma amena, sin enrevesados callejones históricos, para hacerla más comprensible. Más al alcance de nuevas, y antiguas generaciones, deseosas de conocer qué fue esta población en el pasado.

En un libro de bolsillo. Cómodo, que puede llevarse a cualquier parte y seguir con él en la mano, todo ese acervo cultural de tiempos pasados. Subir con él hasta lo más alto de la villa y desde allí, cotejando sus páginas, viajar al pasado.

El libro:

  • Tapa blanda: 132 páginas
  • Editor: Createspace Independent Pub (7 de junio de 2016)
  • Idioma: Español
  • ISBN-10: 9781533658081
  • ISBN-13: 978-1533658081
  • ASIN: 1533658080






El autor
   Es Gismera Velasco el cronista por antonomasia de la villa de Atienza; de la Serranía de Guadalajara; de la antigua tierra que formó el Común de Villa de Atienza.


  Gismera, y su obra, han sido reconocidos en numerosas ocasiones, destacando premios recibidos como el "Alvaro de Luna", de historia, de la provincia de Cuenca, ( en dos ocasiones); "Eugenio Hermoso" (de Badajoz); "Serrano del Año" de la Asociación Serranía de Guadalajara", "Popular en Historia", del Semanario Nueva Alcarria; "Melero Alcarreño", de la desaparecida Casa de Guadalajara en Madrid; Alonso Quijano de Castilla la Mancha; Turismo Medioambiental del Moncayo, de Zaragoza; Paradores Nacionales; Radio Nacional de España;  Primer Encuentro Nacional de Novela Histórica; Recreación Literaria de Córdoba; Hispania de novela hisórica; Federación Madrileña de Casas Regionales; etc.

   En la actualidad es colaborador ocasional de varios medios de prensa, radio y televisión de Castilla-La Mancha y Castilla-León;  siendo habitual su firma, semanal, en el bisemanario de Guadalajara "Nueva Alcarria", edición papel, en donde lleva a cabo la sección "Guadalajara en la memoria"; así como en el digital "Henares al Día"; donde tiene a su cargo la sección "Gentes de Guadalajara"; habiendo sido colaborador de otros medios como "Cultura en Guada"; "Arriaca", Cuadernos de etnología de Guadalara, de donde ha sido vocal del Consejo de Redacción; etc. Siendo fundador, coordinador y director de la revista digital Atienza de los Juglares, de perioricidad mensual, fundada en 2009, y reconocida como una de las mejores, en este contexto, editadas en la provincia de Guadalajara, de repercusión nacional y carácter altruista.